El feriado del 24 de marzo lo es en razón de conmemorar el inicio de la dictadura más sangrienta que azotó al país, a partir de 1976.
Cuando hace treinta y cuatro años, el dictador Jorge Rafael Videla y sus secuaces, Emilio Massera y Orlando Ramón Agosti, no solo iniciaron un período de represión ilegal que, con suerte, se cargó treinta mil inocentes. A través de la mencionada sangre y fuego instauraron a partir de ese instante maldito, y quizá sea lo peor del caso, un modelo social, económico, cultural y de antipolítica, que persiste en el genocidio hasta nuestros días, algunas de cuyas líneas maestras no han podido todavía ser erradicadas por la pertinaz oposición que ejercen al mínimo vestigio de cambio los grupos del establishment que se beneficiaron con la dictadura y forman parte del poder fáctico permanente, que aún sobrevive en Argentina.
Entonces, más que memorar el día en que comenzó el Proceso de Reorganización Nacional, lo que tal vez tengamos que hacer es preguntarnos si la hemos exterminado por completo.
¿Ha terminado completamente el sentido de ser nacional que pretendió instalar aquella nefasta experiencia?
Porque todavía hay que soportar que unos cuantos imbéciles sigan diciendo que el golpe se debió al “terrorismo de los Montoneros”. Son los que ignoran el plan americano que orquestó dictaduras de igual tenor en toda Sudamérica, y que, en todo caso, encontró en Argentina una “excusa ideal”. La idea era fabricar colonias, sofocar la rebeldía generada por los estados de bienestar, subsidiar el dominio con la deuda de los subdesarrollados. Y vaya si lo consiguieron.
Porque todavía, cuando se detiene al padre de una juez, imputado por delitos de lesa humanidad –y por ende imprescriptibles-, en forma legal a diferencia de lo que hicieron sus colegas, la pregunta es “¿justo ahora?”, en vez de “¿por que se tardó tanto?”.
Porque todavía existen Cecilias Pandos, y peor, existen quienes la justifican.
Porque todavía subsiste una distancia cuasi insanable entre la política, como tal –no hablamos de dirigentes-, y el pueblo de la república.
Porque todavía tenemos estúpidos (no lo hacen de malos, sino de boludos) que, con sus mejores caras de mármol, insisten en que el estado no tiene que intervenir en la economía.
Porque todavía pululan irrespetuosos que no se lavan la boca con lavandina antes de insultar de las peores formas a las madres y abuelas de Plaza de Mayo.
Porque todavía tenemos que explicar que reconciliación no, venganza tampoco, pero justicia sí, porque eso motiva elogios del mundo entero a nuestro país.
Porque todavía uno encuentra tarados que creen que la pobreza se explica en la corrupción del estado, y no en la matriz misma del sistema económico que legó el Proceso.
Porque todavía quedan muchas personas que viven bajo una identidad falsa.Porque todavía, y esto lo peor de todo, quien se anime a discutir una coma del orden establecido, es tildado de loco, por decirlo suave. En especial el sindicalismo, que por otro lado, y a pesar de los ignorantes que insisten en la ridícula teoría de los dos demonios, fue el sector que más bajas sufrió en los siete años de dictadura, y no la guerrilla.
Porque todavía resulta que tenemos que prestar atención a lo que dice el Cardenal Bergoglio o el Rabino Bergman.
Por todos los “porque todavía”, que significan, uno tras otro, perversos objetivos que se propuso el proyecto encabezado aquel 24 de marzo de 1976 por Jorge Rafael Videla y su pandilla de asesinos violadores y roba chicos, y lamentablemente siguen en pie en el inconsciente de la sociedad, tomemos la fecha no solo como el respetuoso y merecido recordatorio que significa. Sino más bien como una renovación del constante desafío por terminarla, de una buena vez.
Publicado por el blog Segundas Lecturas
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