
Carlos y Alejandro Iaccarino, los dos empresarios secuestrados el 4 de noviembre de 1976 y que fueron despojados de sus propiedades. (TIEMPO ARGENTINO)
Alejandro Iaccarino mira fijo y dice: “¿El peor terror, ese que jamás podré olvidar? No saber el motivo por el cual me torturaban casi hasta la muerte”. Pasaron casi 34 años de ese terror, pero ni él ni su hermano Carlos pueden olvidarlo. Mejor dicho: no quieren olvidarlo. Hacen memoria y pelean para que nadie olvide, para que nadie vuelva a decir, ni a pensar siquiera, “por algo será”, ese patético antecedente de la teoría de los dos demonios.
Cuatro días de noviembre
En medio esas dos acciones de la dictadura, exactamente el 4 de noviembre de 1976, los hermanos Rodolfo y Carlos Iaccarino, junto a su padre Rodolfo Genaro, fueron detenidos por la policía (cumpliendo órdenes de la X Brigada de Infantería del Ejército) en la ciudad de Santiago del Estero y trasladados a la Regional Uno a cargo del comisario inspector José Medina. Casi a la misma hora, en Buenos Aires, fueron detenidos el tercer hermano Iaccarino, Alejandro, y su madre, Dora Emma Venturino, por un grupo civil armado y trasladados a la Comisaría 21ª de la Policía Federal. Los hermanos Rodolfo, Alejandro y Carlos Iaccarino eran empresarios de gran prestigio y rotunda contundencia en sus negocios. Contundencia debida a la puesta en práctica de una teoría ideada por Carlos cuando tenía sólo 17 años: el Plan Económico Expansivo General (Peeg).
Una familia de los ’60
Hoy, con 63 años, Carlos Iaccarino trabaja 14 o 16 horas diarias sin parar. Hoy, con 64, Alejandro, además de poseer una enorme creatividad, puede convencer a un beduino en el medio del desierto de que todo eso que lo rodea es agua.
Pero Alejandro quería más. Y una noche, a la vuelta del trabajo, se puso a idear un plan económico basado en la llegada directa de los productos al consumidor y el ataque a la monopolización de los servicios. “Un negocio es bueno cuando les va bien a todos –dice Alejandro–, y en ese juego de estrategias que fui armando en seis meses, todos ganaban. Lo único que hacía falta para que empezara a funcionar era un financista.”
Carlos recuerda que Alejandro fue a ver al presidente de la Banca Shaw, el doctor Alejandro Enrique Shaw. Y recuerda la frase de Alejandro cuando la secretaria de Shaw le dijo “el doctor sólo atiende a financistas”: “Yo traigo el proyecto económico que desarrollé. El doctor me puede decir que sí o que no. Si me dice que sí, puedo pelearlas. Si me dice que no, siendo un gran financista, abandono todo. Ese sí o ese no pueden cambiar mi vida”. Shaw lo atendió una semana más tarde, dijo sí al Peeg, y le recomendó entrar en contacto con sindicatos importantes para ponerlo en funcionamiento. Entonces, la vida de los Iaccarino, efectivamente, cambió.
El camino
Las ganancias de los Iaccarino seguían aumentando (tanto que para trasladarse de una empresa a otra compraron una avioneta Rockwell Aerocommander Srike 500) en base a una razón que hoy siguen enarbolando Carlos y Alejandro y jamás admiten los empresarios: “El negocio es bueno cuando a todos les va bien”.
22 meses hace 34 años
“El golpe lo veíamos venir –dice Carlos–, pero como no teníamos nada que ver con lo que ellos llamaban subversión, no pensábamos nada más que en los posibles cambios económicos que se podían dar. Y no teníamos motivos para creer que iba a ocurrir la implantación del sistema neoliberal de Martínez de Hoz”. Los Iaccarino estaban tranquilos: prósperos empresarios, sin contacto alguno con las organizaciones armadas, fieles a su maestro Arturo Frondizi, no tenían por qué temer ante un nuevo golpe de los que ya eran costumbre en el país. Carlos mira fijo de nuevo, como al principio de la charla, y dice: “Pero el 24 de marzo comprendimos que la cosa estaba muy mal. En abril el presidente del Banco Provincia nos llamó para decirnos que nuestros créditos entraban a descubiertos en cuenta corriente. Ese día pasamos a ser delincuentes, subversivos económicos, como nos rotularon”.
Desde ese 4 de noviembre de 1976 hasta su definitiva liberación el 4 de septiembre de 1978, los hermanos Iaccarino pasaron por 14 cárceles y cuatro centros clandestinos de detención. Sus padres estuvieron detenidos poco más de dos semanas como rehenes.
Dice Carlos: “Estas bestias que ordenaban la tortura y las bestias que las llevaban a cabo no tienen la menor idea de lo que ocurre en el cuerpo de esa persona a la que van a torturar”. Amplía Alejandro: “El estado interior del cuerpo ante la muerte empieza a generar una inmensa cantidad de adrenalina. Pánico, es pánico. A uno lo van a matar. Y las golpizas, encapuchado y esposado, aumentan el terror. El problema de la dimensión por la cual uno está pasando es inenarrable. La adrenalina estalla en todo el cuerpo. La mente empieza a funcionar a una velocidad increíble”.
Los torturadores querían averiguar cómo habían hecho tanto dinero y qué era esas cosa del Peeg. “Pero –dice Alejandro– qué iba a explicar yo siendo picaneado. Cómo iba a hacerles entender las relaciones económicas que estaban en juego a unas personas que no podían entenderlo de ninguna manera. Sólo cabía esperar la muerte”.
Pero lo que llegó fue el robo de las 25 mil hectáreas, la avioneta y las acciones de la empresa láctea. A cambio, como ocurrió con Lidia Papaleo y Federico y Miguel Gutheim, los Iaccarino recuperaron la libertad. Y con la libertad, un arma letal contra la dictadura: la fuerza de no olvidar.
Dora Emma Venturino de Iaccarino, la madre de Rodoflo, Carlos y Alejandro, se reunía una vez por año en la tradicional confitería platense París, con las maestras con las que había compartido la escuela 19 de La Plata. Cuando llegó a la reunión en 1978, Norma Roca la paró en la puerta y le dijo: “Estuvimos hablando con las demás chicas y no creemos conveniente seguir reuniéndonos con vos”. Dora, que había estado detenida durante quince días en una celda de dos por dos, la miró como hoy miran sus hijos y dijo: “Se están transformando en cómplices de lo que está ocurriendo”.
Por la violencia a la que fue sometido durante la detención, a Rodolfo, el hermano mayor de los Iaccarino, se le declara una afección cardíaca por la cual tuvo que tratarse de por vida. En 1999 se sometió a cuatro by-pass. Rodolfo declaró en el Juicio por la Verdad y trató de reencauzar su vida. El 13 de junio de 2009 recibió una amenaza mientras caminaba por la plaza platense de 13 y 60: “La desaparición de usted y sus hermanos va a hacer más ruido que el de Julio López”. Poco menos de un mes después, Rodolfo moría a consecuencia de un ataque cardíaco masivo.
Cuentan los Iaccarino que en 1975, pero fundamentalmente a partir de marzo de 1976, Estados Unidos mandaba leche en polvo de la reserva americana al puerto de Buenos Aires. Allí, los compradores eran las dos mayores empresas lácteas del país que adquirían el producto al 20% del valor real de la leche en polvo. Esa leche subvaluada, era vendida a las cooperativas del noroeste que no alcanzaban a cubrir las necesidades de la zona. Para la leche que se envasaba para consumo familiar, se permitía mezclar el 50% de leche natural y el 50% de leche en polvo. Las dos empresas les vendían a las cooperativas esa leche en polvo a crédito. Y, poco a poco, ante el atraso en los pagos, se fueron quedando con las cooperativas. “Con nuestra sociedad anónima no pudieron –dicen los Iaccarino–. El poder de las grandes empresas era tanto que llegaron a trasladar la leche en polvo en camiones tolvas transportadores de cemento. Pasaban por los puestos camineros sin chistar. En dos o tres años, no quedó ninguna cooperativa. Entonces, empezó la caza de nuestra empresa.”
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